Foto con dron de casas en Cicero y la planta de Koppers en Stickney

El aire que respiramos’: cómo la planta de Koppers se convirtió y sigue siendo el vecino tóxico de Cicero

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Durante años, la planta de alquitrán de hulla de Koppers situada en Cicero ha sido la mayor fuente de contaminación atmosférica industrial de la ciudad. En los barrios cercanos a las instalaciones de 36 acres, algunos residentes dicen que siempre han notado el humo blanco que sale de sus chimeneas, los olores putrefactos y la mala calidad del aire.

Afirman que es peor durante el verano, provocando dolores de cabeza y náuseas y que con frecuencia esto es tan malo que tienen que quedarse en casa y cerrar las ventanas, aunque muchos residentes no sepan qué es Koppers ni qué produce.

Ahora, una investigación realizada por dos redacciones sin fines de lucro, Cicero Independiente y MuckRock, revela que la planta de Koppers que ya tiene 101 años, no sólo es una de las mayores contaminadoras de sustancias químicas tóxicas y cancerígenas de EE.UU., sino que también ha infringido sistemáticamente las leyes ambientales estatales y federales desde hace 50 años; es decir, desde finales de la década de 1970 hasta el verano pasado.

Entre los hallazgos, que se basan en los datos de contaminación de la Agencia de Protección del Medio Ambiente (EPA) de Illinois y federal, entrevistas con residentes de Cicero, expertos en medio ambiente y médicos así como una revisión de los registros reguladores locales, estatales y federales obtenidos a través de solicitudes de registros abiertos y la Ley de Libertad de Información, están:

  • En octubre, la EPA de Illinois envió a Koppers un conjunto de 25 presuntas infracciones de las leyes ambientales estatales y federales y está a la espera de una respuesta de la empresa. La notificación, obtenida a través de una solicitud de registros abiertos a la EPA de Illinois, muestra que la planta liberó sin control a la atmósfera un exceso de “material orgánico volátil” -gases que pueden causar problemas de salud a corto plazo y crónicos- durante todo un año, entre el verano de 2022 y el verano de 2023.

  • Koppers contamina más que cualquier otro contaminante en el condado de Cook con dos tipos de estos materiales orgánicos volátiles: benceno y naftalina, según un análisis realizado por MuckRock e Independiente de los datos del inventario de emisiones obtenidos a través de una solicitud de registros abiertos a la EPA de Illinois.

  • A nivel nacional, Koppers está clasificada entre el 15% de las instalaciones que emiten benceno y el 3% de las que liberan naftalina, de entre más de 1,000 instalaciones que declaran estas emisiones en el Inventario de Emisiones Tóxicas de la EPA a nivel federal. Los modelos de riesgo de la EPA basados en los datos de emisiones sitúan a varias zonas censales de Cicero en una situación de mayor riesgo de cáncer por naftalina que en casi cualquier otro lugar del país.

  • Cualquier exposición a sustancias químicas cancerígenas aumenta el riesgo de contraer cáncer, y la cantidad de contaminación emitida por Koppers podría haber sido ya suficiente para poner en peligro a algunos miembros de la comunidad, especialmente los niños y otros grupos vulnerables, según los expertos. En un radio de 800 metros de la planta hay una escuela primaria, un centro de educación infantil, un parque comunitario y cientos de viviendas.

  • Las nuevas infracciones sugieren que la planta estaba contaminando por encima de lo permitido y son sólo la última de otras tres notificaciones de infracción de la EPA de Illinois en los años recientes. La planta también recibió una en 2020 y dos en 2021.

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Tanto el número como el alcance de las presuntas infracciones más recientes de Koppers son poco frecuentes, según el Dr. Peter Orris, jefe de medicina laboral y medioambiental del Hospital de la Universidad de Illinois. “Se trata de una planta que me preocupa mucho y a la que me gustaría ver qué hacen para limpiarla”, declaró Orris en una entrevista.

La EPA de Illinois señaló en un comunicado que está esperando una respuesta de Koppers antes de emprender posibles acciones, que podrían incluir multas y una demanda civil. La agencia dijo que no hace comentarios sobre el cumplimiento pendiente o acciones de aplicación. La Fiscalía General de Illinois, que se encarga de los litigios civiles y penales por delitos contra el medio ambiente, declaró que, antes de las infracciones de octubre, ya había recibido de la EPA estatal dos remisiones relativas a Koppers, pero declinó hacer más comentarios.

Koppers se encuentra en el lado sur de Pershing Road, en el límite entre la ciudad de Cicero, de 85,000 habitantes, y el pueblo de Stickney, de 7,500 habitantes. El alcalde de Stickney, Jeff Walik, afirmó en un comunicado que la aplicación de la normativa medioambiental dependería de los organismos federales, estatales y del condado. Pero dijo que la localidad animaría a esas agencias a “estar vigilantes en su protección del medio ambiente, de los residentes de Stickney y de la región”.

El superintendente del Distrito Escolar 99 de Cicero, Aldo Calderin, afirmó en un comunicado que los directivos del distrito son conscientes de las supuestas infracciones de Koppers en materia de contaminación, y calificó la planta de parte de una industria “necesaria”. “Confiamos en que la EPA de Illinois seguirá cumpliendo eficazmente sus responsabilidades laborales para garantizar que nuestra comunidad continúe siendo segura”, dijo.

Funcionarios electos de la ciudad de Cicero, algunos de los cuales participaron activamente en las audiencias de regulación de la planta de Koppers en la década de 1980, se negaron a hacer comentarios. En un correo electrónico interno obtenido por el Independiente y MuckRock, el portavoz de la ciudad de Cicero, Ray Hanania, escribió: “No voy a responderles… si [sic] los principales medios de comunicación publican la historia, señalaré que no tenemos autoridad legal sobre Koppers, que está en Stickney”.

En respuesta a las infracciones de la EPA de Illinois y a esta investigación, Koppers emitió un comunicado en el que afirmaba que está “comprometida a hacer —y mantener— a nuestras comunidades vecinas como lugares seguros para vivir y trabajar”.

La compañía, una subsidiaria de una empresa matriz más grande y que cotiza en la bolsa de valores, Koppers Holdings Inc., con sede en Pittsburgh y originalmente con sede en Chicago, calificó sus esfuerzos de seguridad ambiental de “fuertes”; señaló inversiones de rendimiento de más de $200 millones a su planta de Stickney; y varios proyectos “para prevenir aún más los incidentes y mejorar nuestro desempeño ambiental”.

Koppers registró unos ingresos de más de $1,000 millones en 2022, según sus informes de resultados más recientes presentados ante la Comisión de Bolsa y Valores. La planta de Stickney de Koppers es la mayor fuente de emisiones de gases de efecto invernadero de la empresa, según ha declarado en sus informes anuales y es líder mundial en la producción de varias sustancias químicas tóxicas utilizadas para producir alquitranes y aceites. En varios periodos, la planta ha llegado a producir el 17% del mercado estadounidense de anhídrido ftálico, el 28% de la brea de carbono y el 30% de la creosota.

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Drone footage shows an aerial view of the Koppers coal tar plant, on the border between the town Cicero and the village of Stickney. Koppers is one of the single largest polluters of toxic and cancer-linked chemicals in the U.S. (Photo by Jesus J. Montero)

“Nuestra meta continúa siendo prevenir los incidentes, y cuando ocurren, nosotros mismos informamos a la IEPA cuando estamos obligados a hacerlo en base a sus reglamentos”, se lee en el comunicado. “Queremos que nuestros vecinos de Stickney y sus alrededores sepan que contamos con sistemas sólidos y medidas de protección que han demostrado su eficacia a la hora de reducir el impacto de los recursos que compartimos”.

Pero los líderes de la comunidad dicen que Koppers no ha hecho lo suficiente para abordar las preocupaciones a nivel local.

Delia Barajas, una de las integrantes de Cicero Community Farm, grupo de justicia ambiental y residente de Cicero desde hace 32 años, dijo que se enteró de la existencia de Koppers en 2017, cuando comenzó a investigar por su cuenta. Barajas y otros residentes dicen que les preocupa que a menos que insistan a los reguladores locales y estatales, no sabrán lo que se está contaminando en su comunidad.

“No te informarán a menos que comiences a hacer preguntas”, dijo Barajas. “No es que toquen a tu puerta para decírtelo”.

‘Me desperté una noche intentando respirar por el aire que faltaba en mis pulmones’

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Maria Esparza poses for a photo during her job at Walmart. She left the company at the end of October 2023 due to her medical issues, her family said. (Photo courtesy of Connie Guzman)

María Esparza vive en Cicero desde 1987 y afirma que notó los malos olores en cuanto se mudó a su casa, situada junto a la calle 38. Esparza y sus vecinos viven en un bloque de viviendas situado a unos cientos de metros de Koppers y de las demás instalaciones industriales autorizadas que bordean Pershing Road. Después de vivir allí durante una década, Esparza empezó a tener problemas respiratorios. La primera vez que Esparza fue a ver a un neumólogo, el médico parecía sorprendido de que no fumara cigarrillos ni trabajara en una fábrica.

“Cuando el médico me examinó los pulmones, me preguntó si había trabajado en una fábrica de pesticidas”, dijo Esparza.

La naftalina, una de las sustancias químicas que más emite Koppers, se utiliza habitualmente en pesticidas. Entre los contaminantes peligrosos que emite Koppers, destacan el naftalina y el benceno, otra sustancia química relacionada con el cáncer. Koppers emite más de estos dos contaminantes que cualquier otra instalación del condado de Cook.

A nivel nacional, las emisiones anuales de naftalina de Koppers se sitúan en el puesto 19 de más de 1,500 instalaciones, según nuestro análisis de los datos del Inventario de Emisiones Tóxicas de la EPA. Entre los contaminantes que se sitúan por delante de Koppers en esta lista figuran empresas de fabricación de azúcar en Florida, plantas de procesamiento de aluminio fuera de las pequeñas ciudades de Kentucky y plantas petroquímicas de Texas y Luisiana. La planta de Stickney de Koppers es ahora su única refinería norteamericana de naftalina luego del cierre y la venta de su planta de Virginia Occidental, pero lleva emitiendo la sustancia química al menos desde 1987, según los registros de la EPA.

Después de buscar tratamiento durante seis meses, Esparza dijo que parecía estar bien. Trató de tomar precauciones, como mantener sus ventanas y puertas selladas para evitar que los productos químicos entraran en su casa. Pero cuando sus síntomas regresaron en 2018, Esparza dijo que experimentó ataques de tos que la dejaron con una sensación de asfixia. Su hija y su cuidadora principal, Connie Guzmán, dijo que se sentía como un misterio médico.

“Me desperté una noche intentando respirar por el aire que faltaba en mis pulmones”, comentó Esparza.

Los problemas respiratorios de Esparza no pueden atribuirse a ningún tipo de contaminación. Para cualquier residente de Cicero, las fuentes de contaminación industrial como Koppers se combinan con los riesgos de respirar hollín y gases de escape de automóviles y camiones, o incluso el humo de incendios forestales como los que cubrieron el Medio Oeste el verano pasado.

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Yanina Espinoza, at center, with her daughter; brother, left; and mother, Guillermina Ortega Sandoval de Espinoza, in their Cicero home for an undated family photo. (Photo courtesy of Yanina Espinoza)

Yanina Espinoza se mudó a Cicero en 1995 con su familia, a una casa situada a unos cientos de metros de las fábricas de Pershing Road. Su madre, Guillermina Ortega Sandoval de Espinoza, siempre se quedó en casa, nunca fumó y nunca había trabajado fuera. Pero cuando le diagnosticaron hipertensión pulmonar, neumonía e insuficiencia cardíaca, que derivó en insuficiencia cardiaca, según su familia, un médico describió sus pulmones como parecidos a los de un ‘pulmón de fumador’”.

Contó que la familia Espinoza consideró la posibilidad de mudarse de Cicero, pero decidieron no hacerlo. Desconfiaban de Koppers y de otras plantas cercanas, pero supusieron que era suficientemente seguro vivir allí. Pero los síntomas de su madre empeoraron, según su familia, y Guillermina Espinoza murió en agosto a los 78 años de edad.

“Sé que es muy poco probable que estas empresas se trasladen a otro lugar, así que espero que al menos asuman su responsabilidad” [por la contaminación], dijo su hija.

Los expertos en salud ambiental afirman que la mezcla de sustancias químicas de Koppers con otros tipos de contaminación, un proceso que suele denominarse “impacto acumulativo”, es preocupante. Y cuando los contaminantes van más allá de lo que tienen permitido emitir, como es el caso de las supuestas infracciones de Kopper, es difícil saber cuánto más peligroso es el aire.

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Varias zonas censales cercanas a Koppers presentan riesgos de cáncer por la sustancia contaminante naftalina que son aproximadamente cinco veces superiores a la media nacional, según una evaluación de la EPA.

Una zona censal, que se extiende por detrás del Canal Sanitario y Marítimo de Chicago hasta el centro de Stickney, es la más alta del país. Incluso en este caso, el riesgo de cáncer asociado no se consideraría de “alto riesgo” por sí solo, dijo Jun Wu, profesor de salud ambiental y ocupacional de la Universidad de California en Irvine.

Aun así, el nivel de contaminación permitido a Koppers presenta cierto riesgo. Y si Koppers contamina más de lo que declara, como alegan las infracciones estatales, el riesgo puede ser aún mayor, opinó Susan Buchanan, profesora asociada de la Facultad de Salud Pública de la Universidad de Illinois en Chicago.

“Tener una infracción es realmente malo. Se puede suponer que los niveles establecidos por la EPA de Illinois no protegen a todos los miembros de la comunidad, especialmente a los niños, las mujeres embarazadas y las personas con asma y enfermedades pulmonares obstructivas crónicas”, declaró Buchanan.

La naftalina es una sustancia química contenida en combustibles como el petróleo y el carbón. Se libera cuando se quema madera, tabaco o combustibles fósiles y puede encontrarse en el humo de los cigarrillos, los tubos de escape de los coches y el humo de los incendios forestales. Cuando se inhala en forma de gas, la naftalina entra en el organismo, donde se descompone en otras sustancias químicas que reaccionan con las células y dañan los tejidos. Esta toxicidad mata a los insectos, razón por la que se utiliza en pesticidas como las bolas de naftalina.

La EPA clasifica a la naftalina como una sustancia química posiblemente cancerígena. Sin embargo, desde 2002 el estado de California clasifica a la naftalina como una sustancia que se sabe, causa cáncer.

Por su parte, el benceno es uno de los carcinógenos más utilizados y peligrosos en EE.UU. Muchas personas están expuestas al benceno a través de los humos de la gasolina y los tubos de escape de los automóviles. Se le reconoce por su olor dulzón en las gasolineras, pero el benceno es objeto de numerosas investigaciones que lo relacionan con la leucemia y otros cánceres de la sangre.

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Otros contaminantes que emite Koppers, como los anhídridos ftálico y maleico o los óxidos de azufre y nitrógeno, no son cancerígenos, pero irritan las vías respiratorias y pueden provocar o agravar enfermedades respiratorias como el asma. Koppers es uno de los principales contaminantes del condado de Cook por cada una de estas sustancias químicas.

En cuanto al anhídrido ftálico y maleico, Koppers ocupa el segundo lugar de las más de 100 instalaciones del país que comunican estas emisiones a la EPA. La única instalación que emite más es una planta química de Joliet (Illinois). Esa empresa, Stepan Co., llegó a un acuerdo con el estado por valor de $360,725 el año pasado, después de que la oficina del fiscal general presentara una denuncia relacionada con la liberación del peligroso producto químico óxido de etileno. El caso se basó en una remisión de la EPA de Illinois.

Cuando Esparza volvió al médico en 2018, se necesitaron múltiples radiografías y varios neumólogos para tratar de averiguar qué hizo que sus problemas respiratorios regresaran 20 años después.

Finalmente, llegaron a la conclusión de que los síntomas de Esparza coincidían con la enfermedad pulmonar intersticial, que es una enfermedad autoinmune en la que el tejido pulmonar se cicatriza, normalmente como resultado de una exposición prolongada a toxinas.

Desde entonces, la cicatrización de Esparza se ha extendido a la mayor parte de sus pulmones. No existe tratamiento para esta enfermedad, sólo medicina preventiva para evitar su propagación. Como no puede mudarse de Cicero, dice que sigue tomando sus medicamentos y rezando para que la situación mejore.

‘¡Su salud está protegida!’

Koppers y los vecinos llevan casi 50 años luchando por la calidad del aire.

La planta de Stickney, situada junto a una de las mayores instalaciones de tratamiento de aguas residuales del país, convierte los residuos de alquitrán crudo procedentes de la producción de acero y el refinado de petróleo en alquitranes refinados, aceites químicos y creosota, un líquido amarillo y pegajoso que suele utilizarse como conservante para tratar la madera contra termitas, hongos y otras plagas.

Cuando en 1922 se inauguró la planta de carbón, en los alrededores había algunas casas, pero la mayoría eran praderas y pastizales. Koppers comercializaba sus productos de carbón bajo la marca “Koppers Chicago Coke” y en anuncios de una página en los periódicos, afirmaba que su carbón para calefacción era “limpio”, a pesar de que sus peligros eran conocidos desde hacía siglos.

“¡Su salud está protegida!”, decía un anuncio de 1925.

A partir de los años sesenta, los vecinos y trabajadores de las proximidades empezaron a quejarse de los olores y los peligros para la salud de Koppers. En 1964, después de que el superintendente de la instalación de saneamiento vecina dijera que sus empleados empezaban a notar los efectos de las emisiones de alquitrán de Koppers, los líderes del pueblo de Stickney dieron instrucciones al jefe de policía para que realizara controles rutinarios en la planta.

En 1969, Koppers amplió su planta para incluir instalaciones para procesar anhídrido ftálico -utilizado en fibra de vidrio, plásticos y pinturas- y se convirtió en el proveedor único o principal de casi una docena de empresas de Illinois. Pero, según la prensa de la época, la ampliación tomó desprevenidos a los responsables municipales de Cicero, y Koppers aseguró a los dirigentes locales que incluiría medidas contra la contaminación atmosférica.

“Aunque esta planta estará en Stickney, queremos asegurarnos de que todos los sistemas de control de la contaminación atmosférica sean de la mejor calidad, para que esta planta no cree molestias”, declaró Michael Longo, investigador jefe del comité de contaminación atmosférica de Cicero en aquel momento, al periódico Berwyn Life.

Pero los problemas continuaron. En otoño de 1977, tras detectarse la presencia de escamas sólidas de anhídrido ftálico en vehículos estacionados en terminales de camiones cercanas que dañaron sus acabados de pintura, la EPA estatal acusó a Koppers de infringir las leyes de contaminación ambiental. (Koppers no admitió la infracción, pero tampoco refutó las acusaciones; más tarde gastó al menos $1.3 millones en instalar nuevas medidas de protección).

En 1985, el químico de origen ucraniano Peter Arendovich, que llevaba años luchando contra los malos e irritantes olores de Koppers, inició una campaña quijotesca de cinco años para frenar la contaminación de la planta. Él y otra residente, Patricia Listermann, presentaron quejas ante los organismos reguladores del condado y del estado, convocaron una serie de reuniones públicas en el cercano Morton College y en las instalaciones de Koppers, enviaron 18,000 encuestas de salud a los vecinos y dirigieron dos audiencias públicas en el Ayuntamiento de Cicero en 1989.

En 1990, la Junta de Control de Contaminación de Illinois, agencia independiente creada dos décadas antes para juzgar las infracciones no penales de la principal ley ambiental del estado, falló inicialmente a favor de los residentes de Cicero, por un escaso margen de 4 votos a favor y 3 en contra. El tribunal dictaminó que Koppers había infringido un artículo fundamental de la ley, que define la contaminación atmosférica como todo aquello que “interfiera de forma injustificada en el disfrute de la vida o la propiedad”, y le ordenó elaborar planes detallados para controlar los olores. A pesar del “importante valor social y económico” de Koppers para la comunidad —en ese entonces, millones de dólares al año en salarios para unos 200 empleados, materiales e impuestos locales y $6 millones en ganancias anuales—, la planta había causado “angustia continua… a sus vecinos ciudadanos”.

Koppers apeló, alegando que su ubicación era fundamental para la economía de la región, con acceso al Canal Sanitario y de Navegación, al sistema ferroviario y al sistema de autopistas interestatales, todos ellos vitales para el transporte de materias primas y productos acabados. Meses después, la junta estatal de contaminación revocó su decisión y consideró que Koppers había gastado $600,000 para implementar medidas de control de la contaminación atmosférica y de los olores. No obstante, señaló que la orden de la junta “no impide que se emprendan otras acciones coercitivas contra Koppers si continúan las infracciones”.

En respuesta a las preguntas formuladas para este artículo, la Junta de Control de Contaminación de Illinois dijo que no tiene ninguna queja pendiente sobre la planta de Koppers y se negó a comentar el historial medioambiental de la instalación.

Arendovich, el químico, se mudó a Cicero en 1983. Poco después de terminar su lucha con Koppers, se mudó al pueblo de Lemont. Ahora, con 86 años de edad, continúa siendo propietario de dos viviendas de alquiler en Cicero, cerca de la planta.

En una entrevista telefónica, Arendovich describió su batalla reguladora de años con Koppers como un juego del gato y el ratón: Los vecinos veían salir humo de los tanques y sufrían náuseas y dolores de cabeza. Se quejaban y Koppers “siempre le echaba la culpa a alguien: ‘Oh, el olor viene de la planta de tratamiento de aguas residuales’. Pero una vez que la depuradora se limpiaba, el olor seguía ahí”.

Page 1 of Koppers Letter to Residents Berwyn Life October 1989
Contributed to DocumentCloud by Derek Kravitz (MuckRock) • View document or read text

Tras la resolución de la Junta de Contaminación de Illinois en 1990, Arendovich afirma que los residentes olvidaron en gran medida el legado de contaminación industrial de Koppers. Debido a la falta de control de la calidad del aire o de información sobre la relación de ciertas sustancias químicas con problemas respiratorios y cánceres, “nadie pensaba en los problemas de salud”.

“Era una especie de tabú hablar del tema. Esta es una zona de obreros, son más tolerantes a las cosas”, dijo. “Decían: ‘Es sólo un olor’. Pensábamos que el problema estaba resuelto”.

Después de mudarse de Cicero, Arendovich dijo que su asma constante, que atribuía a la ambrosía o a los animales domésticos, mejoró drásticamente. “Ya casi no la padezco”, destacó.

La lucha pública logró cierto impacto para residentes y ecologistas. En 1990, el pueblo de Stickney le negó a Koppers el permiso para construir una caldera de hormigón y acero de una sola planta para quemar residuos, tras una significativa oposición de la comunidad. Pero hubo más problemas.

En 1993, un trabajador de 22 años de Mokena, Robert Aftanas, murió y otras cinco personas fueron hospitalizadas cuando se liberó gas sulfhídrico durante una operación rutinaria de mantenimiento. En 1995, 17,000 galones de alquitrán se vertieron desde las instalaciones al canal de navegación, lo que dio lugar a una complicada limpieza. Koppers y la Oficina del Fiscal General de Illinois llegaron a un acuerdo en ambos casos como parte de una demanda interpuesta por la agencia, y la empresa pagó una multa de $40,000. En 1998, la EPA impuso a la planta una multa de más de $335,000 por infringir la Ley federal de Agua Limpia, la Ley de Aire Limpio y la Ley de Conservación y Recuperación de Recursos.

En años recientes, Koppers ha infringido varias leyes medioambientales estatales y federales. En 2006, la EPA federal le impuso un programa de limpieza de $138,000 por la sustancia química peligrosa ortoxileno y le impuso una multa de $80,000. En 2020, un incendio cerró parcialmente la planta y dio lugar a otro plan de vigilancia medioambiental de tres años.

Al mismo tiempo, la planta de Stickney reporta enormes beneficios a Koppers. Hace treinta y cinco años —en 1988—, Koppers comunicó a la Junta de Control de la Contaminación de Illinois que las operaciones de la planta dieron lugar a un beneficio neto de $6 millones ese año, equivalentes a unos $15.6 millones de hoy. En 2022, el segmento de fabricación de alquitrán de hulla y productos químicos de Koppers, del que la planta de Stickney es la única instalación estadounidense y una de las cuatro que existen en todo el mundo, generó unos ingresos de $612 millones, casi un 60% más que dos años antes, según los archivos de la Comisión de la Bolsa de Valores (SEC, por sus siglas en inglés). El aumento se ha visto impulsado principalmente por la demanda de plásticos y vinilo en los sectores de la construcción de viviendas y la industria automotriz.

Desde 2014, Koppers ha pregonado su compromiso con el medio ambiente, como parte de su iniciativa de “Cero daños”. En 2020, la empresa se asoció con el Laboratorio Nacional Argonne para un proyecto de descontaminación en el que se utilizaron sauces y hierbas para mejorar el suelo de una terminal de transporte por ferrocarril y barcaza en la planta de Stickney que alquila. Koppers también ha promovido sus vínculos cercanos con la comunidad, incluyendo asociaciones con el sistema de escuelas primarias de Cicero y la Sociedad de Leucemia y Linfoma. (El distrito 99 de Cicero dijo que no tiene constancia de ninguna asociación comunitaria con Koppers y la Sociedad de Leucemia y Linfoma no respondió a una petición de declaraciones).

A finales de 2022, la empresa informó de importantes gastos relacionados con la limpieza de lugares ya contaminados, incluidos casi $11 millones en reservas para lo que denomina “reparación medioambiental” y $16 millones en gastos operativos anuales para controlar la contaminación existente. En el último informe anual de Koppers se lee: “En muchos de nuestros yacimientos se ha detectado contaminación que está siendo investigada y reparada por nosotros o por terceros”.

Koppers, junto con otras empresas, también es objeto de dos demandas colectivas, en Pensilvania y Tennessee, interpuestas por docenas de personas que afirman haber sufrido enfermedades, incluido el cáncer, como consecuencia de la resina de alquitrán de hulla fabricada por Koppers. Uno de los demandantes reclama una indemnización de $15 millones. La empresa también ha sido citada en un caso de vertido de residuos peligrosos en el emplazamiento Portland Harbor Superfund, en el río Willamette (Oregón).

Mientras tanto, se ha descubierto que el alquitrán de hulla que Koppers produce para recubrir calzadas y aparcamientos contribuye a una serie de enfermedades graves que alteran la vida, según han descubierto en repetidas ocasiones los investigadores.

Después de que un estudio revisado por expertos y publicado en 2013 en la revista Environmental Science and Technology concluyera que la exposición al polvo contaminado con alquitrán de hulla durante los seis primeros años de vida aumentaba significativamente el riesgo de desarrollar cáncer, Koppers se puso a la defensiva. Durante una conferencia del sector celebrada ese año, un responsable de salud y seguridad de la empresa pidió a los contratistas asistentes que se mantuvieran al margen de las repercusiones de sus productos en la salud y hablaran de sus contribuciones a las economías locales, según una investigación del Chicago Tribune.

“Eliminar un producto útil y poner en peligro las empresas y los puestos de trabajo de personas reales… perjudica a más gente de la que ayuda”, declaró Mike Juba, funcionario de Koppers.

Las prioridades de Cicero: ‘¿Sus empresas o sus habitantes?’

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Los activistas y legisladores que viven en Cicero y otras comunidades similares han impulsado una serie de reformas en defensa de la justicia medioambiental que darían a las comunidades más poder de decisión sobre las industrias que pueden operar en sus patios traseros.

En algunos aspectos importantes, Cicero se asemeja al suroeste de Chicago, que ha sido el centro de batallas campales sobre la contaminación del aire, dijo Brian Urbaszewski, director de programas de salud ambiental de la Asociación de Salud Respiratoria. Los barrios de Chicago situados justo al lado de la zona este de Cicero, donde se encuentra la planta de Koppers, y al sur de la misma, figuran entre los peores según la escala de índice de justicia ambiental de la ciudad.

El año pasado se presentó en la legislatura estatal de Illinois un proyecto de ley de justicia ambiental que, entre otras cosas, permitiría la participación de la comunidad en la zonificación y la concesión de permisos para instalaciones industriales. Por ejemplo, el proyecto de ley habría otorgado a los residentes una mayor capacidad para impugnar las decisiones de concesión de permisos de la EPA de Illinois. A pesar de contar con 17 copatrocinadores, el proyecto fracasó en la Cámara de Illinois por un estrecho margen de 57 votos a favor y 43 en contra, siendo necesarios 60 votos para su aprobación. Los legisladores culparon de su fracaso a los errores en el procedimiento.

“La aprobación de la legislación estatal contribuiría en gran manera a dar a los residentes cercanos poder sobre el aire que respiran en el futuro”, dijo Urbaszewski. “La divulgación total y la transparencia, y dejar que la gente tenga voz sobre las enormes fuentes de emisiones tóxicas situadas justo al lado de sus casas y escuelas, no deberían ser motivo de controversia”.

También se está pidiendo a los reguladores municipales, estatales y federales que tengan en cuenta el historial medioambiental de las empresas a la hora de decidir si extienden los permisos de explotación existentes, dijo Kim Wasserman, directora ejecutiva de la Organización de Justicia Ambiental de la Villita, que en 2012 presionó con éxito para que se cerrara la central eléctrica de Crawford en La Villita.

“Para muchas comunidades de color con bajos ingresos en primera línea, esta es la realidad, todos los días, en el trato con los contaminadores”, dijo Wasserman, que calificó las violaciones de Koppers como un “desastre” para los que viven aquí.

A corto plazo, los residentes de Cicero se ven obligados a lidiar con la vida en un corredor industrial densamente poblado, con un ferrocarril muy transitado, dos almacenes de Amazon y una docena de contaminadores industriales. Los contaminantes emitidos por Koppers se combinan con otros contaminantes cotidianos, como los gases de escape de coches y camiones de reparto y el humo del tabaco.

En la mayoría de los casos, es imposible atribuir un solo diagnóstico de cáncer, o de cualquier enfermedad crónica, a una sola causa.

“Ningún nivel protege contra el cáncer”, afirma Buchanan, de la Escuela de Salud Pública de la Universidad de Illinois en Chicago. “Pero se puede afirmar con seguridad que la gente no debería estar expuesta a más carcinógenos atmosféricos que los habitantes de otra zona, simplemente por el lugar donde viven”.

La ubicación de Koppers en la frontera de dos municipios relativamente pequeños complica el panorama normativo. Pero dejando a un lado los límites, la planta está más cerca de Cicero y es uno de sus rasgos más destacados, según Jojo Galva Mora, conservador del Chicago History Museum, quien vivió en Cicero y ahora cursa un doctorado en Historia en la Universidad Northwestern. Y los que viven y trabajan aquí probablemente tendrán que enfrentarse a muchas preguntas, dijo.

“Una cantidad cada vez mayor de almacenes delimita el extremo norte de la ciudad. El extremo occidental de la ciudad está delimitado principalmente por el corredor industrial de la avenida Cicero”, afirma Mora. “¿Qué mensaje transmite esto a los posibles residentes, visitantes y transeúntes? ¿Cuáles son las prioridades de la ciudad? ¿Sus empresas o sus residentes?”.

Este proyecto contó con el apoyo del Data-Driven Reporting Project, que está financiado por la Google News Initiative en colaboración con la Northwestern University’s Medill School of Journalism; la Rita Allen Foundation; la Reva and David Logan Foundation; la Healthy Communities Foundation; y el Donald W. Reynolds Journalism Institute en la Universidad de Missouri.

El reportaje y redacción de “El aire que respiramos” fue realizado por Dillon Bergin y Derek Kravitz de MuckRock, Stephana Ocneanu y Glendalys Valdes de Northwestern University’s Medill School of Journalism y Richie Requena para Cicero Independiente. El análisis de datos estuvo a cargo de Dillon Bergin, de MuckRock. Gráficos e ilustraciones de Brian Herrera para Cicero Independiente y MuckRock y Kelly Kauffman de MuckRock. Tomas con drones por Jesús J. Montero para Cicero Independiente y edición de Kelly Kauffman de MuckRock. Montaje de Derek Kravitz, de MuckRock, y April Alonso, Irene Romulo y Luis Velázquez, de Cicero Independiente. Traducción al español por Gisela Orozco. Instalación de sensores por Sanjin Ibrahimovic de MuckRock.